miércoles, 29 de diciembre de 2010

CENTRO DE ESTUDIOS DE EJECUCIÓN PENAL. C.E.P. FALLOS. Control Judicial Permanente delas condiciones verificadas enla Pena Privativa de Libertad y el Tratamiento Penitenciario.


El CENTRO DE ESTUDIOS DE EJECUCIÓN PENAL, FACULTAD DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, Dirigido por la Dra. Cristina Caamaño, expresó su beneplacito por la Medida adoptada por el JUEZ DE EJECUCIÓN PENAL DE GRAL ROCA, RIO NEGRO.  
El pasado 8 de septiembre del corriente, Juan Pablo Chirinos, Juez de Ejecución Penal de General Roca, Provincia de Río Negro, efectuó un fallo sin precedentes en nuestro país... determinó que por el plazo de un mes y hasta tanto se reduzca el número de internos que actualmente se encuentra en el Establecimiento Penal N° 2 de General Roca, se prohíba el ingreso de nuevos reclusos.                                                                                   

jueves, 16 de diciembre de 2010

"La Càrcel del Fin del Mundo". El Penal de Reincidentes de Usuhaia. Breve Historia de un lugar mucho mas que "pintoresco".Cliqueà sobre las fotos para ampliarlas.





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Usuhaia, Capital de la Provincia de Tierra del Fuego, es visita obligada, atracción principal de un frondoso recorrido turístico. No es para menos, alrededor de sus cimientos creció la ciudad en cuyo puerto hoy recalan lujosos cruceros y trasatlánticos. La cárcel es pura historia. La llamaban el penal de Reincidentes y se levantó a principios del siglo pasado. Destinada a reclusos sentenciados a cadena perpetua, contaba con cinco pabellones de pequeñas celdas de un metro y medio por dos. Eran 380 calabozos con muros de roca de 60 centímetros de espesor que contorneaban un semicírculo fatal. Los pasillos, patios y celdas, reconvertidos en museo, aún exudan dolor y espanto. Cuando las cámaras disparan sus primeros flashes y el cuchicheo se apaga, el guía de turno, con traje de empleado público y voz monocorde, inicia un relato sobre hombres condenados para siempre: detalla torturas y anécdotas macabras.
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 Es, sin duda, “
La cárcel del fin del mundo”. Entre las historias más sórdidas y añejas, el guía elige la de Mateo Banks, hijo de inmigrantes enriquecidos que mató a sus hermanos, cuñadas y sobrinos, ocho víctimas en total, para heredar la fortuna familiar. Se declaraba inocente y en Ushuaia se convirtió en un religioso fanático, por lo que ganó el apodo de “El Místico” y el respeto de sus violentos compañeros de pabellón.También tradicional, pero muy politizada es la imagen de Simón Radowitzky, el anarquista que en noviembre de 1909 detonó la bomba en el auto de Ramón Lorenzo Falcón, jefe de la Policía Federal y autor de la brutal represión de huelguistas en esa década. Lo habían condenado a prisión perpetua, pero fue el único que logró fugarse. Su libertad no le duró mucho; un mes después lo capturaron en Punta Arenas y tuvo que volver a su celda. Recién en 1930 Hipólito Irigoyen conmutó su pena por el destierro. La muerte lo encontró en un lugar más cálido, México, trabajando en una fábrica de juguetes. Su caso no sería nada comparado con lo que iba a venir. Como un escritor de novelas policiales, calculador y frío, el guía guarda para el final el golpe de efecto sobre la audiencia.
 La historia de Cayetano Santos Godino, “El Petiso Orejudo”. Al nombre se lo dieron los editores de policiales de principios del siglo pasado, era un adolescente psicópata (en su acepción más popular) que conmocionó a la sociedad porteña.Fue capturado en diciembre de 1912, cuando tenía 16 años, y la Justicia lo encontró culpable del asesinato de tres chicos y el intento sobre ocho más. A una nena le prendió fuego al vestido de comunión, pero a los demás prefirió matarlos martillando clavos en sus cabezas. Cuentan que lo detuvieron en un velorio porque a un ingenioso detective se le ocurrió divulgar el asesinato de una de las víctimas sin aclarar cómo había muerto. Contrariado, Santos Godino no pudo contener su ansiedad y fue hasta el cajón para comprobar si realmente la cabeza del pequeño no tenía ninguno de los clavos que había utilizado. Apresado y juzgado –el proceso duró tres años- terminó su miserable vida en el Penal de Ushuaia. La voz en off del guía –a esa altura del recorrido ya casi no se lo ve porque la gente lo rodea para poder escuchar mejor- cuenta que acostumbraba a juntar miguitas de pan para darle a las gaviotas.El tierno gesto sólo tenía el propósito de atraer a las aves para, una vez en tierra, 

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apresarlas y hundirle en los ojos algún elemento punzante. Inevitable, el Petiso Orejudo rompió uno de los códigos del penal al dirigir su saña contra la mascota del pabellón, un gato de siete vidas que las perdió todas a manos de este singular recluso.En noviembre del 45, un día de fría primavera en Ushuaia, tomó al animal por el cuello, le hundió los ojos y lo arrojó al horno de la cárcel. Alguien lo vio y difundió la novedad. A las pocas horas los guardias encontraron a Santos Godino en coma por la paliza que le habían dado. No sobrevivió muchas horas. La pena capital que muchos porteños pedían, la aplicaron los reclusos del penal. Estos tres hombres famosos sobresalieron de una población carcelaria medianamente joven -el 54 por ciento no alcanzaba los 36 años- que se dedicaba a la explotación de los bosques. De ahí surgió el tren más austral del mundo, una pequeña locomotora a leña que llevaba a los reclusos a talar árboles en los helados valles de la zona, para luego utilizar la madera en la construcción. La tarea la cumplían bajo estricto cuidado de guardias armados.Extraño, la mayoría de los encargados del control en la prisión no eran argentinos. 
“Predomina el elemento español o yugoslavo, que resiste bien el ambiente y sólo pide su separación cuando sus ahorros le permiten instalarse como comerciante o volver a la patria de origen”, dice undocumento oficial de la cárcel que difundió en 1935 el diputado Manuel Ramírez, uno de los pocos que reveló la realidad de esa prisión. Los guardias eran hombres duros, en algunos casos crueles, tan crueles como los métodos que usaban para mantener la disciplina interna.
 Los castigos variaban, pero casi todos llevaban al preso al límite de la supervivencia. Los que cometían algún “error”, eran engrillados, mojados y encerrados durante varios días. A veces también echaban agua en el piso de las celdas.Pasar sólo un par de horas así, bajo una temperatura glacial en ese remoto lugar de la tierra, era difícil. Así que no cuesta mucho imaginar lo que debería haber sido soportar días y noches enteras bajo esas condiciones. Pero esto no era todo. “Provistos de cachiporras, confeccionadas con alambre trenzado y una bola de plomo en los extremos, los guardianes aplicaban bestiales palizas a los presos”, relata Manuel Ramírez en su informe. 
En otro tramo de su investigación, explica: “El preso era sacado de su celda a medianoche y se le obligaba a desfilar entre dos hileras compactas de guardianes armados con cachiporras y palos”. Los que recibían estos castigos no eran sólo los presos por delitos comunes, sino también muchos “confinados” por algún motivo político durante el gobierno de José Félix Uriburu

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En realidad había dos categorías de confinados que eran enviados a Ushuaia cuando colmaban la paciencia de las autoridades.Por un lado estaban los que pertenecían al establishment político partidario, que eran recluidos en casas de la ciudad austral. Entre ellos figuraron los radicales Ricardo Rojas, Enrique Mosca, Honorio Pueyrredón. Y por el otro, los obreros anarquistas y socialistas que se atrevían a organizar sindicatos y realizar huelgas, enviados a prisión pese a no tener la categoría de presos.Sobre ellos se descargaba la barbarie. José Berenguer fue uno de esos confinados. 
“El subalcalde Sampedro –cuenta en una carta enviada a Ramírez- ordenó que me pusieran todos los dedos de las manos en la prensa para que hablara y dijera qué personas estaban complicadas conmigo (…); así fui perdiendo todas las uñas de las manos en la prensa y viendo que no podían sacar ninguna declaración, mandó que se me pusieran de igual manera en los pies”. Hubo denuncias, acusaciones y algunos guardias recibieron penas menores.
 El 21 de marzo de 1947, el Poder Ejecutivo nacional dispuso la clausura de la Cárcel de Ushuaia. Los presos que sobrevivieron fueron distribuidos en distintos establecimientos carcelarios. Los guardias volvieron a sus países o abrieron comercios en la ciudad. Las celdas, los grilletes y los muros de frías piedras se convirtieron en piezas de museo; el oprobio, en argumento para el relato del guía turístico